Lena Koslov
Puse el caldo de carne a cocinarse en una olla vieja. Es una olla de acero. Lo único que me dio mi mamá el día que me mudé. Está trajinada la olla. Ahí se cocieron los guisos de mi infancia, las sopas, los pucheros que me hicieron gruesa. Una hembra gruesa como una matrona rusa, escuché que dijeron de mí una vez. Y aunque soy joven para matrona y poco sé de rusos, me gustó escuchar hablar de mí así. Es que creo que son un pueblo fuerte los rusos, un pueblo de voluntad, de rigor. Y pienso que una voluntad sólida es algo bueno para tener. Sin una voluntad no se puede ser. Eso pienso. Y también pienso que una es lo que cree que es. Por eso me pienso rusa y me cocino ruso, porque al fin y al cabo una es lo que come también.
Y eso aplica para todos. Para los hombres también. Una vez tuve un novio vegetariano y no funcionó. Y la comida esta vez tuvo mucho que ver. Tenía muchas condiciones él. Como que me dejaba hablar casi todo el tiempo a mí y decidir casi todas las cosas también. Además era un hombre de letras y no es que a mí me guste mucho la literatura pero leía a los rusos él. Dostoyevski, Tolstoi, Chejov. Todos esos nombres rusos que suenan venerables sin siquiera haber abierto una de las páginas de sus libros. Así que mi novio vegetariano me contaba historias de rusos mientras yo le cocinaba las cosas que comía él. Platos como el de hoy pero más sosos.
Ahora rayo la zanahoria, la remolacha. Pico el perejil y la cebolla. Echo todo con la pasta de tomate y bastante manteca en la sartén. Le agrego el caldo, vinagre, azúcar. Todo eso lo hago a solas ahora y no es tan distinto a cuando lo hacía para él. A veces pienso que no funcionó por eso. Era un hombre ausente. De esos que están pero no. Como si le hubiera faltado carnadura, consistencia viril y en eso, estoy segura, lo del vegetarianismo tiene mucho que ver. Un varón que desprecia la carne es de apetitos endebles y definitivamente yo no soy ese tipo de mujer. Si de algo no se puede acusar a Lena Koslov es de tibia, de indolente. Eso es todo lo que Lena Koslov no es.
Lena Koslov es el nombre ruso con que me rebauticé. Nadie lo sabe porque a nadie le importa tampoco. Lena Koslov es mi propia creación. Es más auténtica que nada porque yo me la inventé. Y a mí me funciona ser Lena porque Lena es muy parecida a la mujer que siempre quise ser. Es que Lena Koslov es un poco como este Borshch que estoy cocinando. Hay que irlo removiendo, agregando agua para que no se queme, saber encontrar el punto exacto para agregarle cada ingrediente. Saber leer en sus texturas, sus olores la orden para retirarlo del fuego. Hacerlo reposar. Con Lena es igual. Ahora que las bases de su personalidad ya fueron sentadas, una cosa lleva a la otra. Se va desenvolviendo sola, con cada acción confirma su carácter, pero hay que estar ahí atenta, para hacerla salir, para que se represente a sí misma tal como ella quiere ser.
Son pocas las cuestiones en que Lena no tuvo opción. Básicamente, en la parte física. Pero Lena Koslov tiene la personalidad precisa para asumir este cuerpo como expresión de su ser. Una espalda ancha, como de nadador. Y brazos fuertes también. Un lomo fornido de trabajador. Nada de frágil, nada de pequeño hay en la apariencia de Lena Koslov. Una delantera enhiesta, maciza. Enormes tetas que prometen alimento, abundancia hasta la sofocación. La panza oronda, blanda, como si siempre estuviera satisfecha, tibia y de una piel suavísima, ahí donde se insinúa la cintura. La cadera sí es más estrecha, y el culo y las piernas sin ser delgados son más firmes, más macizos. Como un triángulo invertido es Lena Koslov. El pelo es una melena lacia, pesada, de un rubio ceniza que le llega por debajo de los hombros. La piel blanquísima, y un rostro más bien cuadrangular, de quijada fuerte pero con pómulos bien definidos. Los ojos son oscuros, grandes y de párpados pesados. La nariz y los labios, razonables para un semblante dominado por el ímpetu de la mirada. Es hermosa a su manera Lena Koslov y ella lo sabe bien.
Me doy cuenta de que pienso mucho en Lena. Incluso cuando tenía a mi novio vegetariano me inquietaba darme cuenta lo poquísimo que pensaba en él. Lena Koslov se llevaba toda mi atención. La elección estratégica de sus virtudes. Su historia, los porqués de sus decisiones, de sus gustos de hoy. Sus obsesiones, sus deseos, las cosas que se propone hacer. Qué la entusiasma, adónde encuentra placer. Todo eso me llevaba mucho tiempo, un tiempo fuera del tiempo, fuera de mí, un tiempo saciado por el hacer.
Tanto me absorbió Lena que llegué a sospechar que no estaba en mi naturaleza enamorarme de un hombre, que sería más fácil con una mujer. Pero tampoco. Ninguno de mis potenciales objetos femeninos de amor me saciaron tanto como Lena Koslov. Recién entonces entendí que Lena Koslov sólo puede amar a Lena Koslov. Como una mamushka, dentro de Lena Koslov, sólo hay espacio para otra, y otra, y otra Lena Koslov. Es tan consistente y espesa, como este Borshch que ahora está listo, resumido en si mismo, una síntesis de sabor perfecta, completa, que no admite fusión.
Y eso aplica para todos. Para los hombres también. Una vez tuve un novio vegetariano y no funcionó. Y la comida esta vez tuvo mucho que ver. Tenía muchas condiciones él. Como que me dejaba hablar casi todo el tiempo a mí y decidir casi todas las cosas también. Además era un hombre de letras y no es que a mí me guste mucho la literatura pero leía a los rusos él. Dostoyevski, Tolstoi, Chejov. Todos esos nombres rusos que suenan venerables sin siquiera haber abierto una de las páginas de sus libros. Así que mi novio vegetariano me contaba historias de rusos mientras yo le cocinaba las cosas que comía él. Platos como el de hoy pero más sosos.
Ahora rayo la zanahoria, la remolacha. Pico el perejil y la cebolla. Echo todo con la pasta de tomate y bastante manteca en la sartén. Le agrego el caldo, vinagre, azúcar. Todo eso lo hago a solas ahora y no es tan distinto a cuando lo hacía para él. A veces pienso que no funcionó por eso. Era un hombre ausente. De esos que están pero no. Como si le hubiera faltado carnadura, consistencia viril y en eso, estoy segura, lo del vegetarianismo tiene mucho que ver. Un varón que desprecia la carne es de apetitos endebles y definitivamente yo no soy ese tipo de mujer. Si de algo no se puede acusar a Lena Koslov es de tibia, de indolente. Eso es todo lo que Lena Koslov no es.
Lena Koslov es el nombre ruso con que me rebauticé. Nadie lo sabe porque a nadie le importa tampoco. Lena Koslov es mi propia creación. Es más auténtica que nada porque yo me la inventé. Y a mí me funciona ser Lena porque Lena es muy parecida a la mujer que siempre quise ser. Es que Lena Koslov es un poco como este Borshch que estoy cocinando. Hay que irlo removiendo, agregando agua para que no se queme, saber encontrar el punto exacto para agregarle cada ingrediente. Saber leer en sus texturas, sus olores la orden para retirarlo del fuego. Hacerlo reposar. Con Lena es igual. Ahora que las bases de su personalidad ya fueron sentadas, una cosa lleva a la otra. Se va desenvolviendo sola, con cada acción confirma su carácter, pero hay que estar ahí atenta, para hacerla salir, para que se represente a sí misma tal como ella quiere ser.
Son pocas las cuestiones en que Lena no tuvo opción. Básicamente, en la parte física. Pero Lena Koslov tiene la personalidad precisa para asumir este cuerpo como expresión de su ser. Una espalda ancha, como de nadador. Y brazos fuertes también. Un lomo fornido de trabajador. Nada de frágil, nada de pequeño hay en la apariencia de Lena Koslov. Una delantera enhiesta, maciza. Enormes tetas que prometen alimento, abundancia hasta la sofocación. La panza oronda, blanda, como si siempre estuviera satisfecha, tibia y de una piel suavísima, ahí donde se insinúa la cintura. La cadera sí es más estrecha, y el culo y las piernas sin ser delgados son más firmes, más macizos. Como un triángulo invertido es Lena Koslov. El pelo es una melena lacia, pesada, de un rubio ceniza que le llega por debajo de los hombros. La piel blanquísima, y un rostro más bien cuadrangular, de quijada fuerte pero con pómulos bien definidos. Los ojos son oscuros, grandes y de párpados pesados. La nariz y los labios, razonables para un semblante dominado por el ímpetu de la mirada. Es hermosa a su manera Lena Koslov y ella lo sabe bien.
Me doy cuenta de que pienso mucho en Lena. Incluso cuando tenía a mi novio vegetariano me inquietaba darme cuenta lo poquísimo que pensaba en él. Lena Koslov se llevaba toda mi atención. La elección estratégica de sus virtudes. Su historia, los porqués de sus decisiones, de sus gustos de hoy. Sus obsesiones, sus deseos, las cosas que se propone hacer. Qué la entusiasma, adónde encuentra placer. Todo eso me llevaba mucho tiempo, un tiempo fuera del tiempo, fuera de mí, un tiempo saciado por el hacer.
Tanto me absorbió Lena que llegué a sospechar que no estaba en mi naturaleza enamorarme de un hombre, que sería más fácil con una mujer. Pero tampoco. Ninguno de mis potenciales objetos femeninos de amor me saciaron tanto como Lena Koslov. Recién entonces entendí que Lena Koslov sólo puede amar a Lena Koslov. Como una mamushka, dentro de Lena Koslov, sólo hay espacio para otra, y otra, y otra Lena Koslov. Es tan consistente y espesa, como este Borshch que ahora está listo, resumido en si mismo, una síntesis de sabor perfecta, completa, que no admite fusión.
1 Comments:
Este post es maravilloso. Eso que dentro de ti hay otra tú, y otra tú y otra tú es genial. Como las matruskas rusas. Si tuviese un nombre ruso sería Irina; Irina Demitrechenko.
Saludos!
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