Saturday, February 17, 2007

Cuento -work in progress-

Soy un puto triste. Serio y triste. Me lo digo y no sé si es algo que deba molestarme o no. Tampoco es algo de lo que sea consciente todo el tiempo. No soy de los que piensan demasiado sobre sí mismos. Pero es la clase de conclusiones a las que se llegan en momentos como este. Arriba de un micro, en el primer asiento, en la hora quince de un viaje de 20 horas al Bolsón. Cuando te pesan los párpados de dormir mal y ya no te queda imaginación para inventar una posición medianamente cómoda en la que se pueda evitar las insinuaciones del viejo puto que se sienta al lado.
El viejo me levantó por calle hace una semana y no sé como terminamos aquí. O sí se como, pero ya no me queda estómago para volver sobre el tema. El asunto es que acepté la invitación. Tampoco sé bien para qué. Ya se verá. Se que voy a la naturaleza. Nada más. No tengo grandes pretensiones. No voy en busca de revelar algún mensaje oculto, no pretendo encontrarle el sentido a nada. No, nada. Sólo quiero que la naturaleza me agote el cuerpo, que me deje exhausto de caminarla, que me vacíe de recorrerla, que no me deje pensar. Necesito extinguirme en la naturaleza. Eso estaría bien.
Ahora vienen los milicos de gendarmería a revisar algunos bolsos. Saben que pasa mucho faso para el Bolsón y deben querer algo para ellos también. Es justo. Ellos también merecen divertirse, no veo por qué se tienen que reservar todo esos pendejos con pretensiones de nuevos hippies, que se compraron esa mierda de ilusión del retorno al hombre salvaje, a lo puro, a lo natural. Sus expectativas son más dañinas que cualquiera de esos blancos donde ellos ven enemigos. Deberían saberlo: no hay nada más devastador que una esperanza.
El milico me pide los documentos y acto seguido le lanza un: “los suyos, señora?” al viejo. El no se hace cargo y le tira de mala gana la libreta de enrolamiento. El milico lee el nombre, mira dos veces la foto, y pide perdón. Yo disfruto por dentro. El viejo es flaco y alto. Y tiene un bronceado antiguo, la piel seca, como de playboy en desuso. El viejo es una foto gastada del tipo que quiere ser. Y ese pelo de un rojo oscuro, bordó, tan obviamente teñido, que le corona la cabeza, como una cresta marchita y decadente.
Creo que lo tengo intimidado. Habla poco y si me mira es de reojo. A veces acerca el brazo, intenta rozarme el codo, su mano muerta se apoya leve muy cerca de mí. Nada que me de más asco. Prefiero su pija reseca encajonada diez minutos en mi boca, antes que ese juego de roces que habrá aprendido de chico con otro tan putito como él.
El viejo lleva una bolsita de caramelos ácidos en su cartera. El desayuno es un empaste de miñones y medialunas duras regadas con agua teñida de café. Así que el viejo me ofrece un caramelo, “limpian los dientes”, dice. Frunce la nariz y el labio superior sube hasta mostrar parte de su dentadura. Tiene piezas chicas, como de pekinés, con aureolas amarronadas cerca de las encías y las juntas. Pienso que de todas las pruebas de decadencia física, los dientes son la más cabal. Tengo una pesadilla recurrente. Se me caen los dientes en las situaciones menos adecuadas, públicas. O se me rompen pero con un agujero en el centro de cada pieza por donde puedo asomar la punta de la lengua y sentir el borde filoso de ese círculo perfecto. Mientras pienso en mi pesadilla, en sensaciones, en imágenes, en su significado, estoy a salvo, lejos de todo. Lejos del viejo que se calza las zapatillas y manotea su bolso, de la petisa fisgona que se sienta en la fila de al lado y estuvo monitoreando nuestros movimientos pero ahora se apura a juntar sus cosas para ser de las primeras en bajar del micro. Hay gente que encuentra satisfacción en las cosas más pelotudas. Es todo un arte eso. Llegamos.
Al local lastimoso que oficia de terminal nos va a recibir el hermano del viejo. Se llama Gerardo, es mucho más joven, no más de 37, y no evidencia un solo rasgo de parentesco con el viejo. Es bajito y morochón. Está un poco gordo, pero camina como si el cuerpo le pasara muchísimo. Lleva un jean berreta y un pulóver de pobre, color marrón. Gerardo también es un hombre opaco, pero de otra manera.
Subimos a una camioneta vieja. La maneja Gerardo, que por suerte habla poco y nada. La camioneta es una Ford, creo, y está llena de tierra. Alguien dejó una estampita de la virgen sobre el asiento trasero, donde voy yo. El viejo va adelante. Lo veo con ganas de decir algo. Así que me calzo los auriculares del discman que no tiene pilas y cierro los ojos. No estoy. Me pregunto como será la relación del tipo con el viejo. Qué pensará de él. Si le dará asco tener un hermano así. Y llego a la conclusión de que no son familia de sangre. Me imagino que Gerardo es parte de una familia que el viejo se inventó, cuando los otros, los verdaderos, lo despreciaron por su condición. Me sigo haciendo el boludo y escucho al viejo hablar por lo bajo con Gerardo. Le dice que soy chef, que viajo mucho, y que vengo de una familia importante de Buenos Aires. Dice importante de una forma que me causa gracia. Hablan de la finca, de las fresas y de las cerezas, de cuánto me van a interesar los métodos de cultivo. Me río por dentro. El viejo es un gran fabulador. Tiene un talento que hasta ahora le desconocía. Ese es un punto a su favor.
Hacemos media hora de recorrido más o menos y llegamos a la finca. No la imaginaba así. Tampoco, mejor. Sólo que así no. Es un terreno inmenso. Agreste. Hay árboles, frutales, pero no los suficientes como para que esta gente viva de ellos, creo yo. También hay perros. Perros chicos que le muerden el ruedo del pantalón al viejo. Hay una hamaca paraguaya. Y la casa. La casa es blanca, básica. Es el arquetipo de la casa. Como las casas que uno dibujaba de chico en el colegio, pero derruida. Como si a esa casa que pude haber dibujado yo le hubieran pasado por encima todos estos años en que me hice adulto y no volví a tocar un lápiz. De la puerta de la casa sale una chica. Es linda. (…)

1 Comments:

At 4:31 PM , Blogger defecto föhn said...

muy, muy bueno. ¿ya lo terminaste? de ser así, ¿lo podrías compartir, mandarmelo al mail? grato hallazgo tu blog, en serio. derecho a favoritos.

 

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